Desde fines del siglo XX y con el avance de la tecnología la sociedad ha tenido que enfrentarse a drásticos cambios respecto a la exhibición y manifestación de la sexualidad y el cuerpo. No solo desde la masividad de las redes sociales o la tv que invaden como un organismo vivo, sino también desde la revolución de género que viene sucediendo y luchando por su visibilidad desde hace tiempo. Esto hace pensar qué nivel de aceptación tiene esta sociedad acostumbrada, para tolerar estas manifestaciones. En este contexto surge la pregunta de qué es lo íntimo, qué es lo privado. Más aún, cuando se camina por una zona urbana, se pasa frente a un puesto de diarios y se ve (aunque no se quiera) la portada de revistas eróticas o estallan frente a la mirada miles de papelitos de colores con propaganda de entretenimiento sexual. Se genera una confrontación visual: lo que no se quiere ver pero está masivamente en todo lugar público y lo que se está acostumbrado a ver, y en consecuencia, inconscientemente aceptar.
Entonces ¿Cuál es el límite entre lo íntimo y lo público? ¿Entre lo que moralmente nos permitimos aceptar (mirar, enfrentar) y lo prohibido, lo explícito, lo porno? Para permitirse pensar las respuestas y permeabilizar el pensamiento es necesario sumergirse en la poética de las imágenes, el juego y la composición. Dejarse llevar como bien señala Duchamp en sus Infraleves y advertir un instante de vida cotidiano como acto artístico: “el sabor a humo que queda en la boca al fumar” o la presión en la piel de un elástico. El pelo suelto, movimiento de un gesto. Cuerpos que transpiran manifestaciones de sexo, una noche de encuentro. Intervención en los recuerdos. Interferencia. El contacto a través del lente. Se desintegra el vidrio y hay pura piel.
Una mirada introspectiva a una ciudad que no duerme/Lo que pasa dentro
y lo que pasa fuera/El Eros que no se ve como presencia subjetiva del deseo.

Lulú Jankilevich
Buenos Aires, noviembre de 2017